Cristina y Nora nacieron en un pueblo perdido como tantos otros y compartieron el hogar hasta que Nora se casó y se fue a vivir a Buenos Aires. Cristina cuidó a sus padres durante años, con la única compañía de su amiga Elvira para compartir las penas. Ahora, los padres han muerto y Nora vuelve, pero no a compartir el luto con su hermana, sino a pedirle que vendan la casa familiar.